Doi: https://doi.org/10.17398/2695-7728.35.327
LOS
DERECHOS HUMANOS EN UN ÁMBITO DE INTERCULTURALIDAD, VISIÓN DESDE UNA HERMENÉUTICA
ANALÓGICA
HUMAN RIGHTS IN AN AREA OF
INTERCULTURALITY, VISION FROM AN ANALOG HERMENUTICS
Mauricio Beuchot
Universidad
Autónoma de México
Recibido:
15/05/2019 Aceptado: 18/09/2019
Resumen
En ámbitos de multicultura
es fácil desvirtuar la idea de derechos humanos, ya que puede perderse una de
sus características fundamentales, su universalidad; de ahí que sea mejor
considerarlos de la hermenéutica analógica, lo cual significa pensarlos
tratando de no caer en univocismos cerrados que acaben imponiendo por la fuerza
una visión única, ni en equivocismos que puedan llevar a un relativismo
disolvente. Partiendo de la idea de derechos humanos y de una visión
intercultural de las relaciones entre las diversas culturas, la hermenéutica
analógica, mediante el diálogo y a la luz de los universales análogos, puede
ofrecer instrumentos y respuestas al problema de la universalidad de los
derechos humanos, a través, en suma, de un diálogo intercultural.
Palabras clave: Derechos humanos,
hermenéutica analógica, multiculturalismo, interculturalidad, universales
análogos, Diálogo intercultural.
Abstract
In multicultural
fields it is easy to distort the idea of Human Rights, since one of its
fundamental characteristics, its universality, can be lost; hence it is better
to consider them of analogical hermeneutics, which means thinking them trying
not to fall into closed univocisms that end up imposing a single vision by
force, or in mistakes that can lead to solvent relativism. Starting from the
idea of human rights and an intercultural vision of the relations between the
different cultures, analogical hermeneutics, through dialogue and in the light
of analogous universals, can offer instruments and answers to the problem of
the universality of Human Rights, in short, through an intercultural dialogue.
Keywords: Human rights, analogical hermeneutics,
multiculturalism, interculturality, analogical universals, intercultural dialogue.
Sumario: 1.
Introducción. 2. Idea de los derechos humanos. 3. Noción de cultura. 4. El
multiculturalismo y la interculturalidad. 5. Los derechos humanos en el multiculturalismo.
6. La crisis de los derechos humanos debida al multiculturalismo. 7. El
problema de la universalidad: los universales análogos. 8. Universales análogos
y derechos humanos. 9. Conclusión.
1.
Introducción
En nuestros países
suele darse la multicultura, por lo que los derechos humanos se encuentran en
un ambiente de interculturalidad. Esto acarrea problemas, ya que tan
importantes derechos pueden ser entendidos de manera diferente. Y hay que ver
hasta dónde, pues no pueden estirarse tanto que pierdan su esencia. En ella se
encuentra su vocación a la universalidad, pero, dado que se realizan en un
ámbito multicultural, tiene que permitirse la particularidad que les imprimen
las diversas culturas, pero el gran problema es hasta dónde se puede permitir
esa diversidad.
Por ello deseo tratar
aquí el tema de la universalidad de los derechos humanos, frente a su
aplicación en culturas particulares; y para ello usaré la hermenéutica ─de
hecho, un tipo especial de hermenéutica, a la que llamo “hermenéutica
analógica”. Ella nos ayudará a equilibrar proporcionalmente la universalidad de
los derechos humanos y la particularidad de las culturas en las que se
realizan. En efecto, esa universalidad de los derechos humanos plantea
problemas cuando éstos se dan en un ámbito multicultural, porque pueden ser
diversamente entendidos y hasta negados. Hay que buscar cómo se realizan allí.
Hay que procurar conservarles su universalidad. De otra manera se evaporan en
el aire.
Asimismo, esa diversidad en la interpretación
parece restar su universalidad, o ponerla en tela de juicio. Y conviene ver
cómo se puede salvaguardar, aun respetando las diferencias con las que se
entienden. Ya ha habido intentos de ello, como la utilización de una
hermenéutica diatópica, por Boaventura de Souza Santos, y la hermenéutica
analógica pretende lo mismo: salvaguardar las diferencias y al mismo tiempo
conservar la universalidad, aunque sea diferenciada, como veremos que se hace
en una universalidad analógica, es decir, con universales análogos. Ellos
pueden ayudarnos en nuestro problema.
2.
Idea de los derechos humanos
Los derechos humanos son derechos pensados
para todos los hombres, por el hecho de ser tal.[1] Son
individuales y también comunitarios. Los primeros limitan la injerencia de la
comunidad, los segundos trascienden los intereses particulares. Los primeros
fueron declarados por la ONU en 1948. Los segundos han ido surgiendo poco a
poco.[2]
Tienen, pues, una intención universalista.
Son para todos. Algunos dicen que esto se consigue con los derechos
individuales (del liberalismo), porque los colectivos (del comunitarismo) se
supeditan a los grupos culturales o étnicos. Incluso dicen que con puros
derechos humanos individuales se puede lograr lo que se pretende con los comunitarios.
Lo cual no me parece claro.
Los derechos humanos comunitarios surgen
por analogía con los individuales. Así como la persona tiene derecho a la vida,
a la integridad, a sus ideas, etc., así una cultura tiene derecho a sobrevivir,
a mantener su lengua, su religión, etc. Siempre en la medida en que no lesionen
el bien común, por ejemplo de un país.
La fundamentación más aceptada de tales
derechos es la de Kant, basada en la dignidad del hombre. Ésta se concede a
todos los hombres, sean retrasados mentales, criminales, etc. E implica que
esos derechos son universales. Esa universalidad que pretenden es un aspecto
constitutivo suyo, de modo que si se la quita, se los destruye. Pero esa
universalidad se da concretizada y particularizada en lo singular, temporal,
histórico, cultural. De ahí su relación problemática con las culturas.
El problema que se da en el ámbito
multicultural es triple: 1) que algunas culturas no los conozcan o no los
entiendan; 2) que, a pesar de haberlos conocido y entendido, no los reconozcan
o acepten; y 3) que los viole sistemáticamente.
Cuando una cultura no los conoce o
reconoce, algunos (univocistas) proponen usar la fuerza; otros (equivocistas o
relativistas) dicen que hay que dejarlos así. Por eso se necesita una postura
intermedia, que usará el diálogo.
En realidad, es raro que sean negados los
derechos humanos, pero puede suceder. Lo más frecuente es que sean entendidos
de diversa manera. Lo ideal es evitar la violencia, la cual ha sido empleada
para defender estos derechos; que sólo sea usada cuando no quede otro recurso.
Pero hay que procurar siempre el diálogo y la educación.
Es necesario tratar de comprender a la otra
cultura, para poder juzgarla y hasta criticarla. Hay que rechazar el
absolutismo univocista y el relativismo equivocista. Esa comprensión y esa
crítica, en vistas al diálogo, la da de manera eminente la hermenéutica y, como
veremos, mejor una hermenéutica analógica, que evite ese univocismo y ese
equivocismo que se han mencionado. Pero hay que examinar antes, brevemente, la
noción de cultura.
3.
Noción de cultura
¿Qué es una cultura? Es el cultivo de todo
aquello que nos ayuda a ubicarnos en la realidad del entorno, tanto natural
como social.[3]
No hacemos cultura sólo para sobrevivir, sino también para convivir. De ahí
viene la identidad cultural, la pertenencia a un grupo o comunidad. De ahí
surge el derecho a la diferencia, pero también a la identidad. Que me acepten
como diferente (i.e. perteneciente a
una cultura) y se respete mi identidad (como miembro de esa cultura). Y esto se
hace en el marco de la justicia. Además, a veces las identidades individuales
entran en conflicto con las identidades colectivas. Por eso hay que lograr el
equilibrio, por ejemplo entre derechos individuales y colectivos.
La cultura ayuda a una sociedad a adaptarse
a la naturaleza. El problema es ahora compaginar la estructura con la libertad.
Sartre contra Lévi-Strauss. Lo existencialista contra lo estructuralista. El
liberalismo contra el comunitarismo. La cultura consiste en todas las funciones
e instituciones que llevan a la sociedad a sus metas.[4] Ni
pura libertad ni puro funcionalismo. En ella el hombre produce y se produce, se
realiza. Es decir, produce objetos, pero también ellos lo producen a él como
sujeto. Se cubren las necesidades y se construye la libertad. Es la sociedad,
donde se trabaja y se ama, según decía ya Aristóteles en la Política. Mas no sólo se producen
objetos, también signos. Son también objetos, pero que representan algo. Hay
una producción de signos, semiológica o semiótica. Sobre todo de símbolos, que
son decisivos para la cultura.
El símbolo tiene más de un significad. Por
eso es el signo más rico, más cargado de sentido, porque lleva afectos. Es lo
más humano y, por consiguiente, lo más cultural. Ya de por sí la producción de
signos en fundamental para la sociedad, signos lingüísticos para la
comunicación. Pero todavía lo son más los símbolos, porque dan sentido. Por ello
el hombre supera al animal, se expresa y se comunica de manera más subida. Por
eso Bolívar Echeverría llama a la cultura “transnaturalización”.[5]
Pero, al cultivar la identidad del hombre,
la cultura es el momento autocrítico en el que un grupo humano construye su
individualidad, su identidad. Lo principal en ella es lo simbólico: el mito, el
rito, la poesía. Es decir, el juego, la fiesta y el arte. El juego implica la
poesía, la fiesta el rito y el arte el mito.
La cultura ha llegado a ser índice de modernidad.
Se elige una mayor cultura. Se distingue entre alta cultura y baja cultura. La
cultura moderna se centra en la razón, es un antropomorfismo. Es el progreso y
el consumismo. Pero lleva al sinsentido y la náusea, al vacío, aunque también
suscita crítica y utopía.
Si en la cultura son importantes los
símbolos, uno de ellos han llegado a ser los derechos humanos. Puede decirse
que son índice de avance y perfeccionamiento de una cultura. No puede decirse
que son privativos de alguna de ellas, ya que, de una manera o de otra, se
encuentran en la mayoría. Pero son diferentemente entendidos, o a veces negados
(o desconocidos), y eso hace que haya problemas.
4.
El multiculturalismo y la interculturalidad
Baste esto por lo que hace a la cultura.
Avancemos un poco más. El multiculturalismo es el fenómeno de pluralidad de
culturas. Ahora se prefiere “interculturalidad”, porque las culturas
interactúan, inevitablemente.[6] Al
modelo que trata de explicarlo se le llama “pluralismo cultural”. El pluralismo
cultural puede ser unívoco. Sólo una cultura es la buena, y ha de imponerse. O
es equívoco. Todas las culturas son válidas y hay que dejarlas que hagan lo que
hacen. Ambos extremos son peligrosos.
El multiculturalismo es la existencia de
varias culturas en un estado, es decir, en una comunidad mayor. Reciben, por
otro nombre, el de naciones, pueblos o etnias. Es un estado multicultural.
Pero, ya que multiculturalismo es de origen liberal e implica dominación, se
prefiere la interculturalidad. Además, multiculturalismo a veces significa que
las varias culturas sólo están yuxtapuestas, mientras que interculturalidad
significa que interactúan, que conviven.
Pero se trata de que interactúen sin perder
su identidad. Hay que evitar tanto el asimilacionismo como el segregacionismo.
Una postura intermedia es el pluralismo cultural, y el que me interesa proponer
es el pluralismo cultural analógico. Ya que analogía
es proporción, a cada cultura debe aceptársele la porción de ideas y valores
que son aceptables y criticar los que son inaceptables. Es la proporción en que
debe respetarse la diferencia y procurar la semejanza entre culturas. En
nuestro caso, entre derechos individuales y grupales.
Hay diversos pluralismos. Uno es el
liberal, inclinado a los derechos individuales; otro es el comunitarista,
inclinado a los derechos colectivos o grupales. Pero el liberalismo resulta muy
unívoco y el comunitarismo muy equívoco, demasiado relativista. También ha
habido mezclas. Por ejemplo, el republicanismo, que puede ser más liberal o más
comunitario.[7]
Siempre habrá conflictos de valores, pero se puede llegar a acuerdos por
deliberación. Esos acuerdos, aunque son de política y derecho, necesitan bases
éticas, más filosóficas y universales. Aquí vuelve a presentarse la necesidad
de elementos universales.
5. Los derechos humanos en el multiculturalismo
Taylor y Walzer plantean el problema de
cómo satisfacer las justas demandas de las culturas (incluso minoritarias),
otorgándoles sus derechos propios, sin lesionar los derechos humanos, que son
universales.[8]
Es la oscilación entre lo individual y lo universal. Hay un balance entre la
universalidad de los derechos humanos y la particularidad de las culturas en
las que se realiza. Hay que equilibrarlas.
Algunos privilegian la prudencia o phrónesis (Gadamer, MacIntyre, Ferrara),
pero creo que también hace falta potenciar la epiqueya o equidad, que es la
aplicación de un derecho, que es universal, al caso, que es particular.
Pero hay que poner límites tanto a lo
universal como a lo particular, a los derechos humanos y a las diferencias de
las culturas. Así, en analogía con los derechos individuales, las culturas
tienen derecho a defenderse, a desarrollarse y a prosperar. No sólo a resistir,
sino a subsistir. Pero en la medida en que no se opongan a los derechos
humanos.
De las culturas, hay que propiciar lo
constructivo y rechazar lo destructivo. Así, los derechos individuales sirven
de límite a los colectivos y viceversa. Pero hay que defender siempre a la
persona (contra el grupo). Es el caso de defender a la patria, pero al hacerlo
también se defiende al individuo. Otras veces no se defiende a la persona al
defender al grupo, como en las prácticas contra las mujeres.
En el caso extremo de culturas que nieguen
los derechos humanos, hay que evitar en lo posible la violencia, y usar la
persuasión y la educación en el diálogo. Puede ayudar el darles a los derechos
humanos individuales una visión más comunitarista. Nuestra modernidad ha sido
muy individualista, y se requiere más sentido del bien común.
En realidad, aplicamos los derechos humanos
de manera diferenciada, matizada, adaptada a la situación cultural del grupo.
Hay un margen para la diferencia, pero con límites. A partir de lo propio se
construye lo universal, en el diálogo y el aprendizaje de las otras culturas.
El problema se da cuando los usos y costumbres de una cultura van contra los
derechos humanos. Por ejemplo religiosos. Hay diversos niveles. Es el juego
entre la justicia y el bien, lo que Adela Cortina llama mínimos de justicia y
máximos de buena vida.
6.
La crisis de los derechos humanos debida al multiculturalismo
La crisis se presenta cuando en un país hay
culturas que lesionan los derechos humanos, por ejemplo los de las mujeres. O
cuando se los entiende demasiado diferentemente. Hay que buscar el acuerdo. Y
esto por el diálogo.[9]
Es necesaria la educación en esta perspectiva.
El relativismo extremo dirá que se debe
dejar que lo sigan haciendo, pues lo han hecho siempre. El absolutismo dirá que
hay que obligarlos a aceptar los derechos humanos por la fuerza. Pero hay que
encontrar una postura intermedia.
El relativista extremo es al que llamo
equivocista. El absolutista es al que llamo univocista. La postura intermedia
es la que llamo analógica. Esta última trata de privilegiar la diferencia, como
el equivocismo, pero con límites, precisamente los de la dignidad de la
persona, que es lo que exagera el absolutista.
Para eso se requiere una hermenéutica que
favorezca el diálogo intercultural. Y es una hermenéutica analógica, pues la
hermenéutica univocista impondrá sus criterios, y la hermenéutica equivocista
disolverá todo criterio y límite. En cambio, como hemos visto, una hermenéutica
analógica no impondrá sus criterios, pero tampoco dejará todo al viento del
relativismo. A la vez, comprende y critica, o juzga. Es lo que se atribuía a la
prudencia, por ejemplo por MacIntyre.
Isaiah Berlin decía que muchos dilemas,
conflictos o casos difíciles entre derechos no tienen una solución absoluta,
universal o única. Y que pretenderlo es peligroso. Es mejor tratar de
resolverlos no con consensos satisfactorios, sino con compromisos responsables.[10] Por
ejemplo, el ir a la guerra le mina el derecho a la vida, pero si nadie defiende
al país, pueden morir todos.
Eso requiere madurez civil (Weber) y hasta
ética de la responsabilidad (Jonas). Los consensos sólo mayoritarios (no unánimes)
llevan a ceder o renunciar a intereses propios. Para esto se requieren virtudes
cívicas que lleven al diálogo o debate comunitario y al compromiso con los
demás.
Esto va más allá del univocismo de la
voluntad general, de Rousseau, y del equivocismo de la voluntad individual, de
muchos posmodernos (Nietzsche), y llega a una postura analógica en la que, sin
perder universalidad y necesidad, tampoco se queda en lo puramente instrumental
o estratégico, sino que se basa en razones éticamente relevantes, pero
realizadas de manera histórica y deliberativa.
Alessandro Ferrara ha buscado una
universalización que no sea unívoca, absolutista, pero que tampoco se diluya en
el relativismo, equívoco, y ha planteado la de la prudencia o phrónesis.[11] Será
de mediación, más allá del universalismo procedimental de Habermas, que se
inclina al absolutismo, y el relativismo contextual, posmoderno. Es manejar lo
universal contextualizándolo con la situación concreta. (De ahí viene “jurisprudencia”.)
Es un universalismo, el de Ferrara, que excluye el pluralismo. Universalismo prudencial
o ejemplar. Se basa en la prudencia y los ejemplos humanos de vida realizada.
Entre el juicio prudencial de Aristóteles y el juicio reflexionante de Kant. Un
poco como el juicio reflexivo de Rawls. No tiene principios firmes ni
conceptos claros, pero funciona.
Es lo mismo que la hermenéutica analógica.
Salvaguarda el pluralismo sin perder el universalismo. Pues la necesidad del
universalismo y la deseabilidad del pluralismo son intuiciones válidas y
complementarias. Se quiere proteger la diferencia pero sin perder completamente
la igualdad.
7.
El problema de la universalidad: los universales análogos
Los
derechos humanos tienen una clara vocación de universalidad. Por eso será interesante
hurgar un poco en este concepto. De hecho, el problema de los universales ha
recorrido la historia de la filosofía.[12] Desde
los presocráticos tuvo sus comienzos. Parménides creía en un ser único y
universal, mientras que Heráclito apoyaba la individualidad, siempre en
devenir. Platón dijo que Heráclito tenía razón en cuanto al mundo sublunar y
Parménides en cuanto al cielo más allá del cielo; y trató de solucionar eso con
las ideas ejemplares, formas separadas de las cosas que regían su onticidad,
las cosas individuales existían por imitar las ideas correspondientes, es
decir, participaban de ellas. En cambio, Aristóteles veía las formas no como
independientes de las cosas y subsistentes en sí mismas, sino como encarnadas
en las cosas individuales. Otra postura la tuvo Epicuro, para quien sólo
existían las cosas individuales, y los universales eran meros conceptos,
fabricaciones de la mente humana. Así surgían las posturas de siempre: el
realismo extremo, con Platón; el realismo moderado, con Aristóteles, y el
nominalismo, con Epicuro.
En la
Edad Media vemos las mismas corrientes, ahora establecidas como escuelas,
librando una batalla encarnizada entre ellas.[13] La
corriente platónica, o neoplatónica, estaba representada por San Agustín, y dio
origen a toda una corriente agustiniana, que fue mayoritaria, representada
sobre todo por los franciscanos, cuyo prototipo fue San Buenaventura. Hubo
realistas muy firmes, como los de la Escuela de Chartres, nominalistas muy
fuertes, como Roscelino; y búsquedas de una postura intermedia, como la de
Pedro Abelardo. Pero, sobre todo, el realismo moderado o aristotélico tuvo por
representantes a San Alberto Magno y, sobre todo, a Santo Tomás de Aquino.
También se sostuvo allí Juan Duns Escoto. Y el nominalismo prosiguió con
pensadores como Guillermo de Ockham.
A pesar
de que se cree que fue un problema eminentemente medieval, el de los
universales prosiguió su marcha. Pasó a la modernidad, donde encontró realistas
extremos como Malebranche y, al menos en cierto sentido, Leibniz y Hegel;
nominalistas como Descartes, Locke, Berkeley y Hume, y realistas moderados como
Francisco de Araújo.[14]
En el
siglo XIX, hubo realistas platónicos, como Bolzano, y Frege; nominalistas como
Stuart Mill, y realistas moderados como Peirce. En el siglo XX se revivió la
polémica, siendo platónicos Husserl y Bertrand Russell; nominalistas, como
Wittgenstein, Quine y Goodman, y realistas moderados como Chisholm y Armstrong.[15]
Más
cercanamente, podemos decir que la lucha ha continuado, pues el platonismo está
representado en la filosofía analítica, singularmente en los teóricos de la
lógica modal, que aceptan esencias para que correspondan a la modalidad de
necesidad, como Saul Kripke; encontrándose los nominalistas los filósofos
posmodernos, como Richard Rorty; y hay algunas búsquedas de realismo moderado,
como la que trato de realizar yo mismo.
También
recientemente se han buscado otro tipo de universales, como universales
lingüísticos, por parte de Noam Chomsky, y hasta universales culturales, como
algunos antropólogos y sociólogos, por ejemplo Donald E. Brown.[16]
Yo he
tratado de resolver este problema con la idea
de unos universales análogos. Hay universales unívocos, como se ve en Apel y
Habermas, que son alcanzados mediante el consenso; pero son rígidos, como en
Kripke y Putnam. Otros son universales equívocos, llenos de ambigüedad, y se
diluyen en el aire, como en Rorty y Vattimo. Pero se puede lograr una postura
intermedia, con universales análogos o analógicos, que no tienen la rigidez de
los unívocos, son más flexibles; pero tampoco incurren en la debilidad de los
equívocos, no se disuelven. Son universales, pero matizados, admiten cierta
diferenciación, según el contexto.
Así, pues, a mí me ha resultado fecunda esa idea de unos universales
analógicos. La analogía está entre la univocidad y la equivocidad. De alguna
manera, el platonismo es univocista; no admite distingos, por lo que exige
universales demasiado fuertes, claros y distintos, incluso rígidos. En cambio,
el nominalismo es equivocista; se diluye en relativismos excesivos. Y, a
diferencia de ellos, un realismo moderado, sobre todo si admite la analogía, se
salva del absolutismo y del relativismo excesivo. Admite un relativismo de
sentido común, que permite hablar de universales matizados, contextualizados y
susceptibles de distinciones. Es el universalismo que creo que se necesita para
los derechos humanos, sobre todo si pensamos que se dan en contextos
multiculturales, y no queremos que un relativismo excesivo los disuelva.
De esta
manera podemos resolver el arduo problema de la universalidad de los derechos
humanos, los cuales se dan, sin embargo, en ámbitos multiculturales, ya que un
universal análogo no pretende una universalidad absoluta, como el unívoco, pero
tampoco la mera disgregación, como el equívoco. Conservando la universalidad,
permite diferencias dentro de ciertos límites, es decir, que no acaben con esa
amplitud exigida.
Ahora el
problema no es tanto el del universalismo, sino el relativismo excesivo que
vemos en la posmodernidad. Se ha acusado a los filósofos analíticos de
absolutismo, por su cientificismo tan cerrado. Incluso se ha visto a Apel y a
Habermas como absolutistas, por su universalismo que algunos juzgan ingenuo.
Pero más bien veo amenaza en el relativismo tan extremo de algunos posmodernos.
Por ejemplo en Rorty, quien se oponía continuamente a las pretensiones de
universalidad de la filosofía analítica y Vattimo, quien rechazaba la verdad y
veía lo universal como totalitarismo ético y político.
Pero
creo que los relativistas han estado en contra del absolutismo, que es una
concepción univocista de la universalidad, que no admite las diferenciaciones
que tenemos que hacer en el área de lo humano. Lo malo es que esos autores
posmodernos se han dejado caer en una concepción equivocista de la
universalidad, la cual la diluye hasta hacerla desaparecer y así los derechos
humanos pierden su llamado a la universalidad que los aplica a todo hombre. En
cambio, una concepción analogista de la universalidad salvaguarda a los
derechos humanos para que puedan aplicarse a todo hombre, pero les dan la
distinción que los hace tomar en cuenta las diferencias humanas, por ejemplo
culturales, en la medida en que no destruyan o pongan en peligro esa
universalidad que es inalienable de tan importantes derechos. Por eso, pasemos
a ese otro punto de nuestra trayectoria.[17]
Estos
universales análogos o analógicos pueden admitir cierta diferencia sin perder
la universalidad o la igualdad. Son universales matizados, y por eso alcanzan a
incorporar la atención a las diferencias de concepción que les dan las diversas
culturas. Permiten cierta diferenciación, cierta matización, cierta
particularidad, pero sin renunciar a su vocación a la universalidad y a la
igualdad, cual es la de los derechos humanos mismos.[18]
8. Universales análogos y derechos humanos
Los
universales análogos no son puros, sino manchados e impuros, porque exigen
tomar en cuenta lo más posible a los particulares que les pertenecen. Sin
embargo, tienen la suficiente exactitud como para que no se nos diluyan y
pierdan los derechos humanos al ser aplicados en culturas diferentes.
La
hermenéutica analógica, con los universales análogos, es un intento parecido al
de la hermenéutica diatópica, de Raimon Panikkar y Boaventura de Souza Santos,
de potenciar lo más posible las culturas particulares, pero sin perder el
vínculo con la universalidad, porque entonces se diluirían los derechos
humanos. Es otra forma de universalizar, de un modo no unívoco, como es el modo
en que ha solido hacerse, pero sin caer en el equivocismo que es otro nombre
del relativismo excesivo que encontramos en la posmodernidad.
Igualmente,
es un intento de hacer una hermenéutica crítica, como lo pedía Foucault, es
decir, una que no ignore no deje de lado las relaciones de poder, que en muchas
formas (aprovechando la pobreza, las minorías, etc.), se imponen en el diálogo.
Se trata de lograr un diálogo equilibrado, proporcional. Es otra idea de
diálogo; ni unívoco como el que ha privado, desde los poderosos, ni equívoco
como es el que se aprovecha de esas relaciones de poder.
9.
Conclusión
La universalidad de los derechos humanos ha
sido un problema. Algunos la ven sin problema, pero éste se aparece y se asoma
cuando se tiene, por ejemplo, el caso del multiculturalismo. Sobre todo en su
interacción, en su condición intercultural. Porque es diversamente entendida o
quizá negada. Pero es necesaria para tan importantes derechos, pues ellos, sin
ella, pierden su esencia misma. Por eso fue necesario afrontar este problema y
reflexionar sobre él.
Hemos visto que el problema de la
universalidad ha recorrido la historia de la filosofía. Es un asunto filosófico
de los derechos humanos. En el ámbito intercultural parece que no se
salvaguarda o que, por lo menos, no queda incólume. Pero sí puede hacerlo si se
acude a la noción de universales analógicos. No tiene la absolutidad de los
universales unívocos, que se dan sin restricción y sin matices. Pero tampoco
incurren en ser universales equívocos, los cuales se diluyen y se evaporan.
Tienen universalidad, pero no como los unívocos; y tienen apertura, pero no
tanta como los equívocos. Son universales matizados, capaces de permitir
ciertas diferencias, pero capaces también de conservar su universalidad y su igualdad.
Creo que el diálogo intercultural, sobre
todo acerca de los derechos humanos y su aplicación, se puede beneficiar de la
idea de universales análogos, porque es una forma distinta de universalizar,
tratando de hacer justicia a la idiosincrasia de las culturas en juego, pero
sin perder la tendencia o tensión hacia lo universal, ya que los derechos
humanos tienen esa vocación universalista.
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Delegación Coyoacán
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FCE, 1984), 73.
[11] A. Ferrara, “On Phronesis”, Praxis International, 7/31 (1987-1988): 247-266; A. Ferrara, “Universalisms: Procedural, Contextualist and Prudential”, en Universalism vs. Communitarianism, ed. por D. Ramussen, 2ª ed. (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1995), 11 ss.
[12] M. Beuchot, El problema de los universales, 3a. ed. (Toluca: Universidad del Estado de México, 2010), 39 ss.
[13] Beuchot, El problema de los
universales…, 73 ss.
[14] Beuchot, El problema de los
universales…, 217 ss.
[15] Beuchot, El problema de los
universales…, 395 ss.
[16] D. E. Brown, Human Universals (New York: MacGraw-Hill) 1991.
[17] M. Beuchot, Derechos humanos. Historia y filosofía (México: Fontamara, 1999).
[18] Beuchot, Interculturalidad y derechos
humanos…